ÁLVARO. 27 DE ENERO DE 2012
Aunque tus piernas se hayan detenido,
tu sangre continúa fluyendo por nuestros corazones.
Sigue palpitando,
convocándonos
para desbordar todos los límites,
inflamando el aire con su potencia,
envolviéndonos acogedoramente
como sólo tu risa sabía hacerlo.
Aquí persiste la enseñanza
de tu inagotable inquietud,
la ebullición de tus yemas,
el tesón de tus puños,
la ilusión de tus ideas.
Conocías el secreto de las tormentas
para contagiarnos su electricidad.
Tu huracán de entrega,
que doblegaba las sombras,
nos traía una perpetua cascada
de días sin fin,
de mañanas recién inauguradas
y de puertas por donde crecer.
Con tus ojos puestos siempre hacia adelante
y las manos tendidas,
generosas a lo humilde, a lo sincero,
abrías senderos para construir hoy
un mundo nuevo
de mujeres y hombres libres y plenos.
Por las noches,
fumando junto a las estrellas,
reorganizabas sus constelaciones
desobedeciendo toda estructura preconcebida,
trazando dibujos inéditos
preparados en el lenguaje de los sueños.
Al ritmo de tu respiración insumisa,
de tu pecho inclaudicable,
con los pulmones hinchados de utopía,
ensayamos a cartografiar lo imposible
alentados por tu valentía de azalea,
que desescombraba los problemas.
Se me
parten las entrañas
cuando compruebo que no es una pesadilla;
que tu sonrisa nunca más
volverá a desafiar la madrugada;
que tu voz poderosa no atravesará
barreras de antidisturbios,
de convencionalismos
o de lentes acomodadas;
que la luz de tus pupilas,
ardientes de curiosidad,
no desenredará nuestras angustias
hasta hallar su esencia de lluvia.
Álvaro, nos distes tanto
que no parecía tener fondo
tu corazón.
Contigo aprendimos
el refugio y el impulso
de la alegría y del abrazo.
Contigo
aprenderemos a burlar
la muerte y el silencio;
a no ser sólo uno.
Tranquilo,
continuaremos combatiendo juntos.
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